martes, junio 25, 2013

¿Quién puede valorar nuestro trabajo?

Por Iván Alonso / Miembro del Secretariado Nacional

¿Qué personas merecen respeto para nuestros gobernantes? ¿Quiénes admiración? De nada valdría preguntárselos: la posibilidad de que se expresaran honestamente sobre esta cuestión, como casi sobre cualquier otra, sería nula.


     Pero sabemos quiénes son. Sabemos que prácticamente no conocen la historia de su pueblo pero conocen las heroicas hazañas de corredores de bolsa, empresarios, banqueros y presidentes de los Estados Unidos. Muchos de ellos han estudiado en escuelas donde se enseña que Colón fue nuestro primer benefactor al traernos la civilización, que Maximiliano nos hubiera rescatado si Juárez no se lo hubiera estorbado y que Lázaro Cárdenas es responsable de todos los problemas que las corporaciones y el PRI causaron después de su gobierno. El estrato social del que provienen y la indiferencia con que hablan de desempleo, pobreza, falta de servicios, como meros tópicos obligados de abordarse durante las campañas electorales, hacen pensar que difícilmente seremos dignos de su estima los que todos los días trabajamos para sobrevivir. Y es que, aparte de la educación que han recibido los señoritos que nos gobiernan, está la cuestión de que nunca han trabajado. Y me refiero aquí a trabajar realmente, no a estar en la nómina de una dependencia, de una Universidad, como subdirectores de grandes compañías que deben favores a sus papás, o al mando del negocio familiar, etc.

     ¿Qué respeto pueden tener por nosotros y por nuestro trabajo, cuando nuestro trabajo es para ellos una actividad tan indigna, nuestras aspiraciones algo tan bajo, nuestros sueños tan vulgares? Y no es que ellos no sean la vulgaridad andante, sólo que dentro de su ignorancia “vulgar” es sinónimo de “pobre”. Los “pobres”, “esa gente indolente a la que le gusta la limosna”, a los que “no hay que hacerles mucho caso porque luego no tienen llenadera”.

     ¿A quién admiran y respetan esos que se refieren a nosotros como “lavadoras de dos patas” o “prole pendeja”? Sin duda admirarán a Bill Gates, a Carlos Slim, a Bush, a Obama, a Warren Buffett, A Germán Larrea; y su respeto es para los que se parecen a ellos. Por supuesto, no pueden dejar de admirar a políticos corruptos y a represores, pues algo les ha de alagar compartir virtudes; como Peña Nieto, que admira, según él, a López Mateos: el que mandó matar a Rubén Jaramillo, reprimió a los ferrocarrileros y dejó como sucesor nada menos que a don Gustavo Díaz Ordaz.

     ¿Podemos esperar respeto de nuestros gobernantes sin pasar por los ingenuos que ellos creen que somos? Por supuesto que no. No podemos esperar respeto de ellos porque, como a ellos les queda claro y a muchos de nosotros no, no somos iguales; ellos pertenecen a otra clase y para ella gobiernan.

     ¿No es, con perdón de los lectores, una mentada de madre (falta de respeto súper superlativa) para un pueblo con la mitad de su población en la pobreza, que diputados y presidentes ganen en promedio $200,000 mensuales (los que ganará un trabajador con salario mínimo en 11 años y medio de trabajar en un día lo que un diputado en su vida)?

     Si nos respetaran ¿Propondrían combatir la pobreza con limosnas como las de oportunidades? ¿Combatirían al crimen a balazos frente a nuestras escuelas, trabajos y casas? ¿Gastarían lo que gastan en propaganda electora, en su imagen? ¿Le confiarían el informarnos a Televisa y el educarnos a Elba Esther? ¿El gobernarnos a Peña?

     Porque nos consideran de segunda nos dan una educación de segunda, una seguridad social de segunda, un salario de quinta, un entretenimiento de tercera (telenovelas y fútbol), etc.

     Qué diferente sería si aquellos que nos representan consideraran valioso nuestro esfuerzo diario y quisieran que su trabajo estuviera a la altura de esa gente que heroicamente trabaja todo el día y todavía atiende y educa a varios hijos, que estudia y trabaja, que con su vida construye los edificios que permanecerán cuando todos nos hayamos ido, los que enseñando en las escuelas transforman la vida de sus alumnos, los que cultivando la tierra le arrancan la vida para sus hermanos, los que manejan un camión 12 horas al día haciendo posible que todos los demás hagan su parte, los que limpian las calles manteniendo la dignidad de nuestros espacios comunes, los que, en fin, empeñan el tiempo de su vida para que esta sociedad viva y crezca. Que diferente si, aunque sea, sospecharan que nos deben la vida.

     ¿Y si nuestros gobernantes vinieran de nuestra misma clase social? Esto no garantizaría que nos valorasen más, pero lo haría más probable.

     Les comparto a continuación una anécdota acerca de Juárez, un presidente salido de las filas del pueblo, para que se contraste su actitud con la de nuestros gobernantes actuales. Esta anécdota la toma Andrés Henestrosa de Rafael de Zayas Enríquez, uno de los principales biógrafos de Benito Juárez.
  
Respeto del sueño

Para Benito Juárez los hombres eran merecedores de respeto, cualesquiera que fueran su rango y condición. Un hombre que duerme es un ser indefenso, que reclama y merece cuidados. El sueño es la moneda con que se pagan las faenas del día: quien la ganó que lo goce en plenitud.

     Cuando estuvo Margarita Maza gravemente enferma, unos días antes de morir, una noche quedó Juárez a la cabecera de la cama, acompañándola, con algunas de sus hijas. El cuartel de Zapadores quedaba entonces contiguo a la habitación que ocupaba la familia, en la calle de la moneda ahora de Emiliano Zapata.

     Un perro del Batallón comenzó a ladrar con insistencia y durante largo rato. El ladrido iba contra el estado de salud de la enferma, quien suplicó al señor Juárez que era como ella lo llamaba que mandase un criado para que lo hiciera callar. Juárez consideró que la servidumbre dormía a esa hora, cansada por las labores del día, y no quiso perturbar su sueño. Se envolvió en su capa, salió a la calle, fue al cuartel y preguntó al capitán de guardia por qué ladraba el perro de aquel modo. Al saber que lo hacía porque estaba amarrado, le suplicó que lo soltase para que dejara de ladrar.

     Esto parece una nimiedad escribió Rafael de Zayas Enríquez, pero en el fondo es un rasgo que ayuda a pintar el carácter del Juárez íntimo. Y por eso la relata. (Tomado de Henestrosa, Andrés, Los caminos de Juárez, México, FCE, 1972).

     Este respeto del sueño, que muestra el presidente Juárez, es un respeto que viene del comprender el valor de lo que los demás hacen, la necesidad de descanso tras un duro día de trabajo, pero sobre todo, el comprender que los demás no están para servirnos porque su trabajo es tan valioso como el nuestro, conciencia que muy difícilmente podrá alcanzar el que toda su vida ha sido servido por otros y para quien es natural servirse de los demás.

     Pero, si tener gobernantes emanados de nuestra clase social no es garantía de que nos respetarán (y esto porque mucha gente de nuestra clase sueña con hacerse de la otra clase), entonces ¿Qué si puede garantizar que nos hagamos respetar de nuestras autoridades?

     Pues, para empezar, eso: que nos hagamos respetar. Pero con todo y que nos hagamos ciudadanos exigentes de nuestros derechos, esto llevará sin duda a mejoras, mas será un estira y afloja de nunca acabar. Lo que necesitamos es construir un sistema político donde el pueblo se gobierne a sí mismo, donde la misma idea de una autoridad que pasa por encima de nuestros derechos sea inconcebible. Lo que necesitamos es tomar el poder nosotros, todos, no como un gobierno más de los que ha habido tantos, sino como clase.


     ¿Quién va a respetarnos mejor que nosotros mismos? No podemos seguir esperando excepciones; los gobiernos que luchen a muerte por el pueblo deben convertirse en la regla, no en la excepción. Y eso sólo se puede lograr si esos gobiernos son el pueblo: un pueblo que no sólo se auto sustente y se auto eduque, como siempre ha sido, sino que además se auto gobierne.

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