Por Iván Alonso / Miembro del Secretariado Nacional
¿Qué personas merecen respeto para nuestros gobernantes? ¿Quiénes admiración? De nada valdría preguntárselos: la posibilidad de que se expresaran honestamente sobre esta cuestión, como casi sobre cualquier otra, sería nula.
¿Qué personas merecen respeto para nuestros gobernantes? ¿Quiénes admiración? De nada valdría preguntárselos: la posibilidad de que se expresaran honestamente sobre esta cuestión, como casi sobre cualquier otra, sería nula.
Pero sabemos quiénes son. Sabemos que
prácticamente no conocen la historia de su pueblo pero conocen las heroicas
hazañas de corredores de bolsa, empresarios, banqueros y presidentes de los
Estados Unidos. Muchos de ellos han estudiado en escuelas donde se enseña que
Colón fue nuestro primer benefactor al traernos la civilización, que
Maximiliano nos hubiera rescatado si Juárez no se lo hubiera estorbado y que
Lázaro Cárdenas es responsable de todos los problemas que las corporaciones y
el PRI causaron después de su gobierno. El estrato social del que provienen y
la indiferencia con que hablan de desempleo, pobreza, falta de servicios, como
meros tópicos obligados de abordarse durante las campañas electorales, hacen
pensar que difícilmente seremos dignos de su estima los que todos los días
trabajamos para sobrevivir. Y es que, aparte de la educación que han recibido
los señoritos que nos gobiernan, está la cuestión de que nunca han trabajado. Y
me refiero aquí a trabajar realmente, no a estar en la nómina de una
dependencia, de una Universidad, como subdirectores de grandes compañías que
deben favores a sus papás, o al mando del negocio familiar, etc.
¿Qué respeto pueden tener por nosotros y
por nuestro trabajo, cuando nuestro trabajo es para ellos una actividad tan
indigna, nuestras aspiraciones algo tan bajo, nuestros sueños tan vulgares? Y
no es que ellos no sean la vulgaridad andante, sólo que dentro de su ignorancia
“vulgar” es sinónimo de “pobre”. Los “pobres”, “esa gente indolente a la que le
gusta la limosna”, a los que “no hay que hacerles mucho caso porque luego no
tienen llenadera”.
¿A quién admiran y respetan esos que se
refieren a nosotros como “lavadoras de dos patas” o “prole pendeja”? Sin duda
admirarán a Bill Gates, a Carlos Slim, a Bush, a Obama, a Warren Buffett, A Germán Larrea; y su respeto
es para los que se parecen a ellos. Por supuesto, no pueden dejar de admirar a
políticos corruptos y a represores, pues algo les ha de alagar compartir
virtudes; como Peña Nieto, que admira, según él, a López Mateos: el que mandó
matar a Rubén Jaramillo, reprimió a los ferrocarrileros y dejó como sucesor
nada menos que a don Gustavo Díaz Ordaz.
¿Podemos esperar respeto de nuestros gobernantes sin pasar por los
ingenuos que ellos creen que somos? Por supuesto que no. No podemos esperar
respeto de ellos porque, como a ellos les queda claro y a muchos de nosotros
no, no somos iguales; ellos pertenecen a otra clase y para ella gobiernan.
¿No es, con perdón de los lectores, una mentada de madre (falta de
respeto súper superlativa) para un pueblo con la mitad de su población en la
pobreza, que diputados y presidentes ganen en promedio $200,000 mensuales (los
que ganará un trabajador con salario mínimo en 11 años y medio de trabajar en
un día lo que un diputado en su vida)?
Si
nos respetaran ¿Propondrían combatir la pobreza con limosnas como las de
oportunidades? ¿Combatirían al crimen a balazos frente a nuestras escuelas,
trabajos y casas? ¿Gastarían lo que gastan en propaganda electora, en su
imagen? ¿Le confiarían el informarnos a Televisa y el educarnos a Elba Esther?
¿El gobernarnos a Peña?
Porque nos consideran de segunda nos dan una educación de segunda, una
seguridad social de segunda, un salario de quinta, un entretenimiento de
tercera (telenovelas y fútbol), etc.
Qué diferente sería si aquellos que nos representan consideraran valioso
nuestro esfuerzo diario y quisieran que su trabajo estuviera a la altura de esa
gente que heroicamente trabaja todo el día y todavía atiende y educa a varios
hijos, que estudia y trabaja, que con su vida construye los edificios que
permanecerán cuando todos nos hayamos ido, los que enseñando en las escuelas
transforman la vida de sus alumnos, los que cultivando la tierra le arrancan la
vida para sus hermanos, los que manejan un camión 12 horas al día haciendo
posible que todos los demás hagan su parte, los que limpian las calles
manteniendo la dignidad de nuestros espacios comunes, los que, en fin, empeñan
el tiempo de su vida para que esta sociedad viva y crezca. Que diferente si,
aunque sea, sospecharan que nos deben la vida.
¿Y
si nuestros gobernantes vinieran de nuestra misma clase social? Esto no
garantizaría que nos valorasen más, pero lo haría más probable.
Les comparto a continuación una anécdota
acerca de Juárez, un presidente salido de las filas del pueblo, para que se
contraste su actitud con la de nuestros gobernantes actuales. Esta anécdota la
toma Andrés Henestrosa de Rafael de Zayas Enríquez, uno de los principales
biógrafos de Benito Juárez.
Respeto
del sueño
Para Benito Juárez los hombres eran merecedores de respeto,
cualesquiera que fueran su rango y condición. Un hombre que duerme es un ser
indefenso, que reclama y merece cuidados. El sueño es la moneda con que se
pagan las faenas del día: quien la ganó que lo goce en plenitud.
Cuando estuvo
Margarita Maza gravemente enferma, unos días antes de morir, una noche quedó
Juárez a la cabecera de la cama, acompañándola, con algunas de sus hijas. El
cuartel de Zapadores quedaba entonces contiguo a la habitación que ocupaba la
familia, en la calle de la moneda —ahora de Emiliano Zapata.
Un perro del Batallón
comenzó a ladrar con insistencia y durante largo rato. El ladrido iba contra el
estado de salud de la enferma, quien suplicó al señor Juárez —que era como ella lo llamaba― que mandase un criado para que lo hiciera callar. Juárez
consideró que la servidumbre dormía a esa hora, cansada por las labores del
día, y no quiso perturbar su sueño. Se envolvió en su capa, salió a la calle,
fue al cuartel y preguntó al capitán de guardia por qué ladraba el perro de
aquel modo. Al saber que lo hacía porque estaba amarrado, le suplicó que lo
soltase para que dejara de ladrar.
Esto parece una nimiedad
―escribió Rafael de Zayas Enríquez—, pero en el fondo es un rasgo que ayuda a pintar el carácter
del Juárez íntimo. Y por eso la relata. (Tomado de Henestrosa, Andrés, Los
caminos de Juárez, México, FCE, 1972).
Este respeto del sueño, que muestra el presidente
Juárez, es un respeto que viene del comprender el valor de lo que los demás
hacen, la necesidad de descanso tras un duro día de trabajo, pero sobre todo,
el comprender que los demás no están para servirnos porque su trabajo es tan
valioso como el nuestro, conciencia que muy difícilmente podrá alcanzar el que
toda su vida ha sido servido por otros y para quien es natural servirse de los
demás.
Pero, si tener gobernantes emanados de
nuestra clase social no es garantía de que nos respetarán (y esto porque mucha
gente de nuestra clase sueña con hacerse de la otra clase), entonces ¿Qué si
puede garantizar que nos hagamos respetar de nuestras autoridades?
Pues, para empezar, eso: que nos hagamos
respetar. Pero con todo y que nos hagamos ciudadanos exigentes de nuestros
derechos, esto llevará sin duda a mejoras, mas será un estira y afloja de nunca
acabar. Lo que necesitamos es construir un sistema político donde el pueblo se
gobierne a sí mismo, donde la misma idea de una autoridad que pasa por encima
de nuestros derechos sea inconcebible. Lo que necesitamos es tomar el poder
nosotros, todos, no como un gobierno más de los que ha habido tantos, sino como
clase.
¿Quién va a respetarnos mejor que nosotros
mismos? No podemos seguir esperando excepciones; los gobiernos que luchen a
muerte por el pueblo deben convertirse en la regla, no en la excepción. Y eso
sólo se puede lograr si esos gobiernos son el pueblo: un pueblo que no sólo se
auto sustente y se auto eduque, como siempre ha sido, sino que además se auto
gobierne.
0 comentarios:
Publicar un comentario