viernes, marzo 01, 2013

¿Determinismo marxista?

¿Y si hubiera un plan? ¿Y si todo estuviera dicho desde el principio como una palabra divina? ¿Y si fuéramos piezas que se mueven en un tablero de antemano delimitado; con medidas y reglas dadas de una vez y para siempre? ¿Y si fuera el mundo de la absoluta necesidad?

Desde tiempos antiguos muchas personas han creído en un futuro preestablecido e ineludible. Creían que el destino es tan inevitable como el propio paso del tiempo: todo era cuestión de esperar.

La vida para estas personas era una tragedia, pues el destino traía generalmente la desgracia; la muerte, el último destino ineludible, ratificaba siempre sus sospechas.
Más de dos milenios después flota entre nosotros un determinismo similar a aquél fatalismo. Un determinismo optimista, pero tan fatal como el antiguo: “Todo tiempo futuro será mejor” dicen los resignados; y esperan el día de la redención.

Algunos de estos fatalistas optimistas se cuentan entre los marxistas. Gente de espíritu pequeño que se regocija con la idea de que el comunismo vendrá pésele a quien le pese y pase lo que pase porque así lo dictan las leyes de la dialéctica. Sólo resta esperar pacientemente: esperar que las condiciones se desarrollen, esperar el espontáneo despertar de las conciencias, esperar el nacimiento de un nuevo Lénin que sin duda habrá de surgir bajo estas condiciones extremas, esperar, esperar, esperar...

¿Cuánta diferencia puede haber entre esta esperanza pasiva y la de aquellos que construyen mundos supraterrenales para irse a vivir cuando llegue la hora de la recompensa? 

Esperanza podrida del que espera que la vida se manifieste siempre en el mañana y el día siguiente le trae sólo más angustia, más espera, más pasividad. Esperanza podrida del que espera que la vida venga de otra cosa, de lo externo. Esperanza podrida del que espera que un mesías o un gran revolucionario toque un día a su puerta y le entregue un sentido de vida, o mejor aún, una vida de bienestar ya a medio vivir, prefabricada. Esperanza en lo que no soy yo, en lo que vendrá de fuera: enajenación. Las palabras “sentido” y “destino” han de ser irreconciliables para el revolucionario. El revolucionario no espera una ruta ya trazada para la vida; es revolucionario porque se atreve a construir un camino donde reinaba la zozobra del destino impuesto, donde se creía no haber otra salida.

El determinismo de cualquier tipo, incluido el marxista, trae consigo una consecuencia que la personalidad del revolucionario es incapaz de aceptar: la consecuencia de que no es posible la libertad. Nos queda claro que si hay un Dios, entonces no hay libertad; que si hay un destino prefijado, no hay libertad. También debe quedarnos claro que, si el materialismo dialéctico ha de traer como resultado ineludible el comunismo, tampoco hay libertad. El comunismo será hermoso porque lo construiremos nosotros, seres finitos e imperfectos, con nuestras propias manos, no porque se nos dé regalado por Dios materialismo dialéctico. 

Pareciera que estoy sugiriendo que la libertad es contradictoria con el materialismo dialéctico, como dirían los liberalistas ultra libertarios. Todo lo contrario. El materialismo dialéctico nos ofrece la imagen de un mundo dinámico, un mundo que cambia a cada instante determinado por principios naturales y no por voluntades externas a él. Un mundo así es un mundo de posibilidades; y donde hay posibilidad hay también libertad. Lo que aporta la conciencia al mundo material es precisamente aquello en lo que descansa la libertad: La voluntad. Nosotros somos eso nuevo que saca a la materia de su absoluta determinación: somos voluntad; materia consciente que duda, que no se conforma, que puede desentrañar los secretos de las leyes naturales que determinan la realidad física.

Pero la libertad no es algo que se nos dé de una vez y para siempre, no es una condena como suponen los existencialistas. La libertad es algo que vamos construyendo, algo que surge de nuestra necesidad natural de ser algo más que simples medios para el enriquecimiento de otros. La respuesta a la falta de libertad en un espíritu sano es la rebeldía.

La vida es desarrollo. Las victorias no son absolutas sino graduales. Somos y seremos cada vez más libres en la medida en que nos esforcemos por serlo. 

La libertad es como un círculo: comienza con una decisión, pero no hay libertad sin decisión. Creemos en la libertad porque decidimos hacerlo; no porque nos detengamos a pensar si existe o no existe, sino por congruencia.

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